miércoles, 23 de julio de 2008

La tolerancia de los que quieren que toleremos

Mientras en España se levantan mezquitas y todo tipo de asociaciones musulmanas reciben subvenciones pagadas con el dinero de los contribuyentes, en Argelia la fiscalía pide tres años de prisión a una mujer a quien se le encontrarion diez biblias. La señora, una educadora de 37 años, se convirtió al Cristianismo, y la mayor acusación que pesa sobre ella es la "práctica no autorizada de un culto no musulmán".

En España, en cambio, se exalta la conversión al Islam, se promueve y se subvenciona, con la pasividad de la propia Iglesia Católica, incapaz de articular cuatro palabras de protesta y advertencia. Lejos quedan los tiempos de la Reconquista y de las Cruzadas, cuando la Iglesia era la principal promotora de la lucha contra el bárbaro del sur. Hoy en día los obispos parecen vulgares presidentes de vulgares ONGs, y colaboran en gran medida a la inculcación de la "tolerancia", esa pasividad suicida que llevará a la destrucción de Europa. Si la Iglesia no es capaz de mantener un discurso firme sobre la invasión musulmana que sufrimos, no la necesitamos para nada. Si ella misma no se defiende y prefiere librarse a las pasiones etnosuicidas tan de moda hoy en día, no merece que la defendamos. Es una vergüenza que la "unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam" haya permitido en varias ocasiones que grupos de inmigrantes (pakistaníes sobretodo) se hayan encerrado en sus templos como medida de presión para obtener su regularización en España. ¿Por qué no van los obispos -y los progres- a encerrarse en una mezquita en Marruecos o Argelia, a ver cuánto tardan en cortarles el cuello?

La Iglesia tiene demasiados complejos. Como casi todo el mundo en Occidente ha caído en la trampa progre por antonomasia de sentirse culpable de su pasado. El Santo Oficio de la Inquisición, las prédicas de Pedro el Ermitaño y la toma de Jerusalén pesan en su memoria. Y el discurso progre de hoy en día proclama que la forma de expiar esos "pecados" del pasado es dejarse invadir por los tercermundistas. Eso a lo que se llama izquierda (que de izquierda no tiene nada) se cree en posesión de una superioridad moral que no tiene. Van de buenos, de guays, de talanterosos y de buenrollistas, más solidarios y humanitarios que nadie, con lo que sus políticas de libertinaje conducen al caos y a la anarquía. Pero la Iglesia no puede fallar. Ahora no. La Iglesia debe ser un pilar para el sostén del sentido común como lo fue en el pasado. Antaño sus monasterios preservaron la cultura occidental, y hoy en día la Iglesia debería defender su espacio vital y no adoptar el discurso hipócrita y lastimero del "todos somos iguales". Y mucho menos debería ceder ante el Islam.

La tolerancia debe de estar reservada sólo para los que toleran. Y el Islam será cualquier cosa, menos tolerante. Por lo tanto, si el Estado se ha vuelto loco y les abre las puertas de par en par a los moros, por lo menos que nos quede la Iglesia para cuando, desde sus cuarteles, se deba lanzar otra Reconquista. Porque amigos lectores, al paso que van las cosas, hablar de Reconquista no es ninguna chifladura ni nostalgia de nada: es lo que pasará cuando este pueblo de imbéciles que vota a Zapatero como borregos deje de fumar marihuana y de esnifar cocaína. Cuando la plebe no pueda comprar sus drogas porque ni para la hipoteca le llegue, empezará a pensar en lo que realmente le afecta, y entonces se armará gorda. Esto es como el ladrillazo: todos veíamos venir lo que está pasando hoy en día pero nadie hacía nada para evitarlo. Con los conflictos étincos, raciales y religiosos que asolarán Europa está pasando lo mismo: sabemos que no es bueno mezclar a tanta gente distinta, pero nadie mueve un dedo para evitarlo, y al que lo propone se le llama racista y listos. Pues bien, la burbuja inmobiliaria ya se ha deshinchado, y parecía que eso nunca iba a pasar porque había demasiados intereses en juego o porque "a los de arriba no les conviene". Y ha pasado. Sin duda, pasará lo mismo con la bomba de relojería que es la inmigración masiva: cualquier día nos estallará en los morros.

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